24:00
Al llegar ya es lo suficientemente tarde para que ninguna de las casas de cambio esté abierta, y nadie de por allí sabe decirme dónde cambiar moneda. Por suerte, mucha suerte, mi ex-compañera de trabajo lleva dinero de sobra y me cambia un poco por unos ya inservibles euros. Si he de decir la verdad, sin la ayuda de ese par de ángeles, él moreno y ella pelirroja, hubiera deambulado por el aeropuerto como alma en pena.
Me despido de mis mecenas alados, ellos cogerán un autobús hacia Estocolmo que les deja mejor que el Arlanda Express, el tren de alta velocidad que lleva directamente al centro de la ciudad, justo a la T-centralen. Decido coger el tren, pero justo cuando me pongo en la cola una joven morena de pelo largo y mechas rojas se me acerca y me pregunta:
(conversación traducida, más o menos lo que yo entendí y quise decir)
– ¿Quieres comprar un billete?
– Sí, es la cola para comprar los billetes.
– No, que si quieres un billete. A mi me sobran.
– ¿Y eso?
– He comprado de más por equivocación.
Una pareja de personas mayores se acerca. La chica se acerca al hombre de pelo blanco y le ofrece dos billetes por un poco menos del dinero que vale en la taquilla, mientras le explica la misma historia. El tío gordo y sudoroso pasa de ella de malos modos, seguro que es alemán. Entonces me doy cuenta de que la chica realmente está desesperada, y me decido.
– Yo te compro un billete.
– Ah sí? Gracias! No es un timo. Yo también voy a ir en el tren.
– Sé que no me engañas, se te nota en la cara.
– Gracias, de verdad. No me sobra el dinero.
– De nada. Por cierto, ¿por dónde se va al tren?
– Hay un ascensor. Ven, bajaré contigo… ¿Eres holandés?
– No. De Barcelona… ¿Parezco holandés?
– Sí.